Así están los medios

En un momento de poca coherencia, como siempre, hice este videito que puede llegar a ser gracioso y hasta algo lamentable... Espero que los disfruten y les robe alguna que otra sonrisa oculta.




Un chicle para el corazón

El amor… El amor… El otro día un amigo me dijo que el amor es Roma (la palabra amor invertida) y que Roma se construyó de a poco. Es complicado el amor, muchos dicen que el amor es un sentimiento, otros dicen que es un conjunto de acciones amorosas hacia una persona con intenciones de vivir una eternidad juntos. Por otro lado están quienes dicen que el amor es una fantasía y que no existe. Entonces llegaríamos a pensar (si tenemos en cuenta que el amor es Roma) que Roma es un sentimiento, que Roma es acción amorosa, que Roma es una fantasía… Entonces que onda, ¿Roma existe? Supongamos que sí, por que si no le fleto la ilusión a más de uno.
Volviendo al tema y sin perder de vista el hilo transparente y resbaladizo de mi pensamiento, esto que se llama ¿De qué estábamos hablando? Ah, sí, del amor… El otro día miraba a una pareja en un Fast food que comían algo más que una hamburguesa con papas fritas ¿Vieron cuando la mamá pajarito le da de comer a sus hijos pajaritos? ¿Qué hacen? Les dan de comer la comida masticada ¿No? Bueno, entonces cambiemos los personajes: El otro día miraba en un Fast Food a dos pajaritos en un nidito que estaban comiendo de pico a pico. ¿Hace falta que aclare que se pasaban la comida de una boca a la otra? No ¿No?, creo que se entendió. Entonces me dio gracia lo gomosos que estaban, porque estaban gomosos, pegotes, eran dos plasticolas juntas, dos nudos enredados, dos bichos en una telaraña atrapados (y lo de bichos porque la ley de la naturaleza es así, no eran feos los chicos en cuestión) que estaban besándose frente a un espectáculo de niños en el pelotero. Debe ser que me resulta bizarro que, habiendo millones de lugares preparados para demostrar afecto físico, la gente elija una mesa frente a un pelotero de niños. De todas maneras, no es la cuestión. El tema es que a veces Roma esta que arde (si tenemos en cuenta que el amor existe y que es Roma) porque el fuego está en todas partes y a cualquier hora del día. Pero tampoco viene al caso contarles que el otro día estaba en la sucursal atendiendo a dos clientes y mientras terminaba la gestión se hicieron una inspección a fondo de lengua…
El tema está en que hoy estaba en el tren y mientras leía un libro (que tengo que terminar de leer urgente) escuché como una pareja se prometía amor eterno, y me acordé de la anécdota que publiqué hace poco titulada “El furgón de los jueves”, no porque está vez alguien le haya sido infiel al otro sino porque entre estas dos personas se notaba una conexión. Como que estas historias son polos opuestos. Se notaba manos trabajando el uno para el otro. Eran esas parejas que  están con los pies sobre la tierra pero súper enamorados. Será que hoy estoy sensible y alguna vez supe lo que es el amor, que me dio cierta nostalgia saber que todavía existe gente dedicada a hacer las cosas bien. Y creo que es la primera vez que plasmo un sentimiento verdadero en una anécdota. Donde dedico un simple párrafo a escribir lo que siento y lo que en algún momento espero sentir. Por eso estos días publique un estado en mi Facebook que decía: 

¿Será que decir "Te amo" es tan sencillo como no sentirlo? ¿Es tan sencillo no sentirlo y ser capaz de decirlo?

Secando un poco mis lágrimas, porque tampoco da para cursilerías y confesiones por este medio, para que después me revienten a preguntas, fue muy graciosa la acotación de mi querido compañero Maxi, que siempre me acerca hasta San Martín y Juan B. Justo con el auto a la salida de la facu, que dijo lo siguiente:

 “A veces, esas cosas se comportan como un chicle. Luego de masticarlo mucho ya pierde el gusto”

Fue en ese momento de la vida, esas situaciones donde la cabeza se abre, que me dí cuenta de varias cosas. Siempre estoy masticando chicle y los mastico hasta que se les vaya el gusto. Entonces:
1. Cabe destacar que si el amor es como un chicle y el chicle me gusta tanto, entonces el amor (aunque no parezca) me gusta.
2. Si el chicle lo mastico hasta que se le vaya el gusto, mas allá de que el chicle sea de menta (o sea que me gusta lo intenso),  no solo me gusta lo intenso sino que también lo desecho cuando ya no sirve… que mal que habla eso de mi.
3. Por más que el chicle lo mastique mucho, en algún momento va a perder el sabor, ¿El amor deja de existir?

Mi conclusión es sencilla, si esto del amor se comporta como un chicle que luego de masticarlo ya pierde el gusto… Entonces para no perder la idea del amor en mi vida, y lograr no perder el gusto de lo que estuve hablando toda la historia… Necesito un Beldent Infinit. Lástima que son caros…

El furgón de los jueves

En el furgón de los jueves hay vida. Es el único día donde hay boliche móvil, donde hay tragos y se comparte droga. El furgón de los jueves es furgón de los jueves porque el miércoles y viernes el furgón está muerto. Hay hombres y mujeres, hay amor y desengaño. En el furgón de los jueves, a las siete de la tarde, hay una novela que se llama “Las cornudas de los jueves”.
El tema de cumbia “Porque te amo”, que dice algo así como “te veo mi amor y se me paraliza el corazón de a poquito”, es la apertura de la novela. La escena es simplemente una obra de arte. Una inspiración de Shakespeare. Cinco personas de fondo fumando marihuana, otras dos jugando al póker porteño y un señor gordo tomando una botella de cerveza. Como personajes principales están ellos, el galán y la enamorada. Un muchacho de pelo bien cortito, vestido muy deportivo con zapatillas de plataforma y aritos fucsias en las orejas. Usa un tatuaje de un grupo musical del rock nacional en el cuello y  anteojos de sol pese a que la noche esté llegando. Ella, con un físico a la vista no tan privilegiado por los kilitos de más, usa un rodete adornado con una flor amarilla y un arito en el labio inferior. Un par de jeans ajustados y una musculosa cortita. Los besos son fogosos, se ven tan pegados, tan unidos que un beso de Pablo Echarri en “Montecristo” es muy frío.
El tren estaba en marcha, la fiesta recién empezaba y yo era televidente de la novela móvil más interesante transmitida en Buenos Aires. Por un segundo me distrajo la conversación de las chicas que estaban sentadas en frente mío, donde una de ellas le confesaba a la amiga que estaba con un atraso. Comenzaron a especular sobre las posibles causas de un embarazo, los posibles padres según las fechas y el alcohol tomado en esa noche de lujuria. En cinco minutos tuve un curso avanzado de cómo hacer un test de embarazo y prometo, en algún otro momento, contar lo interesante que fue.
Lejos de toda distracción, nuevamente me dispuse a ver la novela donde el galán le prometía a su enamorada un sinfín de proyectos y cosas humanamente imposibles. “Yo por vos dejo hasta la droga” o confesiones como “Nunca sentí mi corazón tan vivo”. Claro está, que la mujercita se derretía ante palabras tan dulces y verdades tan poéticas y le prometió fidelidad eterna a su amor encantado, galán de novela, a su Gabriel Corrado desformado.
Tenía la pura sospecha de que ese día, la novela iba a ser más interesante que lo habitual, mientras el borracho de la esquina del tren me ofrecía un trago de su botella de cerveza baboseada, se subió en la estación siguiente una morocha con un cigarrillo en su boca, las uñas pintadas de verde fosforescente y el pelo largo hasta la cintura. Se dirigió al furgón con pasos de gata. Los tacos altos le permitían moldear esa figura delgada, ese cuerpo tatuado de rosas y retratos de niños. Pese al frío, la morocha de labios gruesos se subió con una mini y una camisa abierta, tenía sostenes rojos. Cuando ella llegó al furgón, los ojos del galán enloquecieron y el problema comenzó. “¿Así que tenes novia y no sabía? ¿No le hablaste de mi?”. Interesante fue el show, el galán tenía frente a sus ojos, y juntas, a la novia y a la amante. Ambas cornudas. El galán formó alrededor de su vida dos mentiras, dos mujeres, dos traiciones. Se presenció el espectáculo más esperado. Las dos se lanzaron una a la otra y se tiraron de los pelos. Se decían barbaridades “Él me hace el amor mejor que a vos”, “A mi me lleva a lugares más lindos”, “Él me ama”. El tren estalló en risa y en lamentos. Yo me sorprendí. El protagonista de esta historia intentaba explicarle a su novia que no era lo que parecía, que el amor que le había jurado era cierto. Mientras que la morocha exclamaba que la semana pasada se le había prometido “dejar para siempre a la gordita para formar una vida juntos”. Los personajes secundarios se metieron a separar a las mujeres. Faltaba un tanque de lodo y la lucha era completa. Insultos y golpes, risas y gritos hasta que llegó la policía y se llevó a las mujeres que luego de una charla corta y concisa decidieron hacerle la cruz al galán y se pusieron a idear un plan macabro para eliminar al traicionero.
La novela había terminado, mi paquete de papitas también. Mi gaseosa estaba aún sin terminar. Tomé un sorbo para llenar mi boca de algo dulce y me bajé del tren. Mientras iba caminando pensaba que había sido muy loco lo sucedido en el furgón. Hace rato que esperaba el desenlace de esta historia. Todos los jueves el flaco aquel se aparecía con una mujer distinta. Era hora de un poco de acción

La vuelta al mundo más dramática

Tengo una sensación de vértigo increíble. No, no tomé ninguna droga, ni bebida alcohólica. Tampoco fumé algo raro ni me inyecté líquidos extraños en la sangre. Simplemente volví del parque de diversiones de subirme a varios juegos que dan vueltas o suben y bajan de golpe. No soy maricona, pero al lado de mi acompañante (mi hermanita menor) soy una maricona al cuadrado. De todas maneras no viene al caso, porque no tiene sentido hablar de cómo me puse cuando me subí al famoso barco pirata. Que sensación más desagradable, es como que mil bolitas de ácido estén golpeando el estómago. O esa sensación de mariposas en la panza, pero en vez de mariposas son abejas. En fin, pensé que era miedosa. Pero me han pasado.
Resulta que luego de haber ingerido alimentos a base de grasas jugosas ricas para el paladar (llámese hamburguesa con papa fritas), con mi hermanita nos dirigimos a la vuelta al mundo, que es un juego tranquilo. Se puede observar el paisaje y ver a la gente como hormiguitas de colores. Como fuimos nosotras dos, y dentro del compartimiento de la vuelta al mundo entran más personas, compartimos la vuelta al mundo por unos minutos con una familia. Madre, padre y dos hijos de edad que no llega a la docena de años (Era más fácil decir 12 años, pero me gusta complicarme). El único problema era que el mastodonte de cuarenta años del padre sufría de vértigo. Digamos que no es lo mejor cuando una persona sufre de vértigo, subirse al juego en cuestión. Menos si el padre se preocupa por el pequeño hijo.
Voy a pasar a relatar la situación que vivimos con mi hermanita en tres vueltas al mundo en diez minutos:
Primera escena: Padre grandote, apariencia patovica, se sube al compartimiento y acto seguido se transforma su cara de felicidad por una cara de “me quiero bajar pero me la tengo que bancar”.
Segunda escena: Padre grandote, apariencia patovica con cara de “me quiero bajar, no me importa si no me la banco” agarra a sus dos hijos de los brazos y se sostiene del caño del medio del compartimiento y dice: “¿Para qué me subí?”
Tercera escena: Padre grandote, apariencia semi patovica con cara de “necesito bajarme” empieza a ponerse relativamente histérico con que se mueve el compartimiento por causa del viento, mientras suplica a su hijo menor que por favor no se moviera cuando el hijo NO se estaba moviendo.
Cuarta escena: Padre grandota, apariencia a bebé desprotegido con cara de “sáquenme de acá urgente” se lamenta la desagradable situación de haberse subido al juego y afirma que no le daría miedo agarrarse a trompadas él solo con la barra brava de boca.
Quinta escena: Padre grandote, apariencia a  bebé prematuro, se calma porque piensa que el juego se termina, pero no. Una vuelta mas y repite la cuarta escena.
Sexta escena: Padre grandote, apariencia a bebé prematuro en vías de mejorarse (porque por unos minutos vio piso cerca de sus pies) empieza a sostenerse nuevamente del caño a lo que simplemente le pregunto, una vez en las alturas, “¿Querés bajar, te abro la puerta?
Séptima escena: Padre grandote, apariencia rara. Rostro color blanco y labios morados, comienza a temblar de frío y a invocar el nombre del dios de los parques de diversiones que termine esto pronto, porque el compartimiento es re inseguro y necesita que sus hijos estén a salvo.
Octava escena: Padre grandote, apariencia a persona descompensada, pega un grito a mitad de camino pidiendo bajarse, llegando a tierra firme, el compartimiento sigue de largo y da una vuelta más.
Novena escena: Padre grandote, apariencia loco demente le grita a sus hijos que no se muevan (nadie se movía) y les aprieta el brazo fuertemente para que no se cayeran.
Décima escena: Padre grandote, arrepentido por el conjunto de escenas ridículas, pide disculpas a sus hijos y a nosotras por habernos dado un show innecesario y se baja del juego mareado una vez que el compartimiento estaba parado.
Uff… un show increíble. Convengamos que fue algo divertido pero un poco raro. Lo más curioso fue que luego de saludar a la familia, fuimos a hacer la fila para entrar a una montaña rusa, y a que no saben a quién me encontré en la fila. Al padre grandote de apariencia patovica

El ciego superdotado

Siempre que voy a escribir, o contar algo, pienso si es conveniente. Sinceramente observo cosas que merecen ser contadas pero me pregunto si la gente creerá lo que relato. Créanme que dudé mucho en publicar esta historia, y calculo que va a ser una de las pocas veces que desvalorice a una persona de esta manera. Primero, la desvalorizaré por persona con pocos modales éticos, y segundo, por “estúpido”.
El escenario es el colectivo, y creo que algunos ya se estarán dando cuenta por donde viene la mano. Resulta que este año tenemos una materia interesante en la facultad, pero se puede convertir en tu peor pesadilla. Taller de televisión. Junto con unos compañeros estuvimos realizando una planilla que por motivos varios tuvimos que hacerla como siete veces. No importa por qué, solamente se apagó la computadora y no había guardado el archivo, así que no importa que tan poco tecnológica pueda ser a veces.
Terminamos tarde el trabajo, esperar el colectivo en barrios donde es mejor que ni tu sombra se pasee por ahí, es medio denso. Sobretodo cuando pasa un borracho que viene con una botella de alcohol etílico en la mano y te pide una moneda para comprarse otra botella de alcohol etílico pero esta vez saborizada. Después de unos largos minutos se digna a llegar el colectivo, luego de que pasaron cuatro por un ramal, tres por el otro y justo el ramal correcto está fuera de servicio. Cuerpos cansados y mal humorados ocupan hasta el más chico lugar del poco espacio que hay disponible donde lo único que se puede hacer es  oler el aroma a perfumes varios gastados mezclados con transpiración humana más el olor al borracho que se subió con la botella de alcohol etílico.
Unas cuantas paradas más se sube una señora de edad avanzada que merecía viajar sentada. Pero ustedes sabrán, cuando pasa eso todos se hacen los dormidos. Inmediatamente, cuando veo que todos se hacen los tarados, veo a un hombre, de unos 25 años que sacó un libro. Ahora bien, vamos por paso a la secuencia siguiente. La señora, que obviamente no quiso armar escándalo, se quedó parada. Acto seguido observo todos los “ancianos” de 25 años sentados en los asientos con prioridad y me acerco a uno de ellos. Grande fue mi sorpresa cuando vi un muchachito, de traje y corbata, leyendo un libro de “olheoC oluaP”. A lo que y o pensé: “O el pibe es superdotado que puede leer al revés, o tiene el libro dado vuelta y esta leyendo algo de Paulo Coehlo. Evidentemente, mi cerebro todavía funciona y captó rápidamente que el muchachín en cuestión estaba distraído apropósito. Entonces me acerco y, reconozco que de muy mala manera, le digo al superdotado capáz de leer al revés: “Disculpá que interrumpa tu maravillosa lectura, ¿No ves que hay una señora que necesita el asiento?”. Reconozco que hay veces que no debo abrir la boca y dejar la humanitaria para otro momento, este era el caso. Pero bueno, siempre me llamó la atención el tema de la justicia (y sin sonar insensible, ¿Dónde quedaron los modales?) El pibe este me mira fijo a los ojos, ¿Vieron esa mirada que mata? Bueno, peor aún (yo creo que me hizo alguna brujería) y me dice: “No, no ves que soy ciego” (obviamente el tipo no era ciego, si no juro que me humillaba en público por semejante patraña social) entonces le dije: “No, no veo… también soy ciega”. Lo mas gracioso del tema es que a medida que el tipo transformaba su cara, la gente empezaba a prestar atención y la señora que estaba parada junto al hombre gritó: “Si gente, es ciego… está leyendo el libro al revés” El colectivo entero estalló en carcajadas. El chico se mimetizó con la camisa bordo que tenía puesta y no hizo más que dejarle el asiento a la señora. Dos paradas después el muchacho se bajó.
¿A qué voy con todo esto?, y espero que suene creíble, los modales siguen estando arriba del cansancio.
Lo curioso de todo esto es que no sabía que existían ciegos superdotados capaces de leer libros comunes y encima al revés.  

Ni Fast food, ni restaurante

El tema de los “Fast food” mucho no me llama la atención, pero debo admitir que son buenos (bah… para mi son buenos). Ojo, la crítica siempre va a ser la misma. Hamburguesas extremadamente pequeñas, a diferencia de la que muestran en esos carteles que genera que las papilas gustativas se vuelvan locas y den ganas de comer. Pero llega la mini hamburguesa y la comida ya no cae bien. Uno come con bronca, se dice a sí mismo: “La próxima vez no vuelvo, no puede ser que la pedí sin queso y me ponen queso y tocino” o “Con esto no me lleno ni una muela” Pero tercos somos, y volvemos a caer en la misma, elegimos el Fast food de comida pequeña.  
Resulta que el otro día fui al médico, dispuesta a cuarenta minutos de espera porque siempre que uno saca un turno para determinada hora, el doctor se toma su tiempo. Pero ese día, digamos que fue mi día de suerte, o más bien me despacharon en no más de cinco minutos. Bastó solo una mirada para mandarme una serie de análisis complejos. Terminé mi rapi-sesión con el traumatólogo y, como bien dice mi compañera Ceci, tenía una lija tremenda (tenía demasiado hambre). Entonces surgió un dilema, voy a un burguelandia o invierto dinero en comida nutritiva y voy a un buen lugar. Opté por la segunda opción, que más da. Nunca me doy gustitos exclusivos de comidas caras y elaboradas. ¿Hasta que punto son elaboradas? No se… En la carta te ponen “Campignotes rellenos de pollo al limón con queso chedar y ricota virgen con una salsa pomarola y tomates cherry salteadas al vino blanco” y son simplemente cuatro ravioles locos rellenos del pollo con salsa al limón que le sobró al cliente de al lado, ricota virgen (que supongo que será ricota recién abierta del paquete) y salsa pomarola, que es  una lata de tomate con un poco de pimentón y los tomatitos cherry, bueno… un accidente lo tiene cualquiera, se les cayó en el vaso de vino blanco del cocinero y ¡ups!  Salió alta comida de gourmet.
Pero acá no interesa que comí rico y caro, simplemente me fui a un lugar así, para poder ingerir mis campignotes raros tranquila. Soy una persona que se estresa, y comer en una mesa, donde al lado te revolotean cientos de mosquitos llamados “niños” (no me gustan los chicos, intuyo que esto me traerá problemas a futuro que no quiero discutir ahora) que gritan, van de un lado al otro y las madres no los controlan. Te sacan papas fritas, se ríen del señor que le falta un dedo, se burlan de la cara de estúpido que tiene uno comiendo solo una mini hamburguesa y unas papas fritas con “ket-chup” (mi compañera del trabajo, Payo, se ríe de la forma que menciono el aderezo a base de tomate, dice que suena gracioso). En fin, no va que me voy a un restaurante y el mozo me sienta al lado de una mesa donde hay tres pibes. Y no es que los tres pibes tenían pinta de “niños obedientes” al contrario. Uno de los tres, de unos dos años jugaba con la comida, que ya de por sí me parece desagradable. El segundo, de unos tres mas o menos, cantaba “Barney y sus amigos” a viva voz por el restaurante. Y el tercero, de cinco años calculé yo, tenía un problemita grave. Por empezar no podía acomodar su hermoso trasero en la silla, y después golpeaba con el tenedor el plato. El tema está en que la madre le decía de muy buena manera (porque mucha psicología y psicopedagogía moderna dice que los padres tienen que ser amigos de los hijos, cosa que no comparto) “no bichiiiiii, no hagas eso amooooooor, se rompe bebe” y no va que terminaba de decir eso la mujer, y el pendejo, con ojos malévolos, lo hacía más fuerte todavía.
En un momento, el niño baterista se acerca a mi mesa y así, de la nada se lleva mi pan, se lo comió y se rió. Ahora, si yo le decía a la inadaptada de la madre “tu hijo me robó el pan” o si le decía al nene “Dame mi pan” era capaz de venir con la policía metropolitana y arrestarme por daño a la humanidad infantil. O sea, no hay espacio para la disciplina, porque el nenito después me saca un campignotes con el tenedor todo grasiento y la mamá y la abuela dicen riéndose “aaaaaaaayyyyyyy miralo que lindo”. No, no me resulta nada lindo ni gracioso que un tenedor ajeno entre en mi territorio. Pero bueno, ni restaurante caro ni Fast food chatarra aleja a los niños malcriados que se esparcen por toda la humanidad de comida gourmet y no gourmet.
Y después entiendo por que digo que me da miedo tener hijos, a ver si termino siendo una madre tonta que se ríe de las idioteces que hace el hijo.
Tengo ganas de campignotes.

De cajones y burletes

En mi casa no le damos mucho espacio a la reflexión. Así estoy. Creo que poco he mencionado a mi familia en las cosas que escribí. Hice pocas referencias a como está conformado el entorno casero. No se preocupen que no es mi intención darles una ficha técnica sobre cada uno de los miembros que forman esta hermosa familia pero sí es interesante rescatar ciertas cosas. Vieron esas típicas frases como “pasa en las mejores familias” o “cada familia es un mundo”. Bueno, mi familia es un mundo aparte y no voy a decir quién porque no viene al caso, pero escucho múltiples frases interesantes para ser analizadas y reflexionadas.
Frase número 1: “La vida es como un cajón, se abre y se cierra permanentemente y están entrando y saliendo cosas”. Creo que hasta a mi me cuesta sacarle la lógica a esta frase, así que voy a ir de a poco. A simple vista es ridícula, pero pensemos lo siguiente. Primero, somos todos cajones. El cajón es un elemento de mucha utilidad. ¿Dónde metemos el desorden (o el orden)? En el cajón, obviamente (o por lo menos es mi caso, mis cajones están cerrados a mucha presión por culpa de mi desorden estructurado). Entonces si la vida es como un cajón y el cajón es útil, entonces la vida es útil. Por otro lado no es un detalle menor preguntarse de qué material está hecho el cajón. Dependiendo del material, mejor cajón es y más resistencia tendría. Por ende, si la vida es como un cajón, y un cajón es útil (y más útil aún si esta hecho del material más caro), la vida es útil y más resistente a mayor dinero.
Pasemos a la frase número 2, porque de la uno no debo sacar más conclusiones. Sonaría demasiado materialista. “Que interesante la utilidad del burlete. Burlete, que se burla del viento”. Si mal no entendí, la utilidad del burlete es burlarse del viento. Entonces, si únicamente se burla del viento ¿Es útil? Si, porque el viento molesta y el viento necesita ser burlado. ¿No les pasa que van hablando por celular en la calle y por el micrófono del celular se escucha el vientito que corre y no deja oír la conversación? O peor aún, en el caso de las mujeres el viento despeina el flequillo (ese flequillo tan lindo que se hizo mi compañera Ceci S.) y el peinado que cuesta mantener. Entonces el burlete tiene onda, tiene glamour. El burlete despide al viento, lo sofoca, lo hace sentir que no tiene poder. ¡Vamos burlete todavía! El único problema es que el burlete se toma tan a pecho su trabajo que en invierno no deja que el viento entre a ningún hogar, entonces el viento se ofende, se enoja, se siente burlado a tal punto que en verano no vuelve. Y en el verano, el burlete no tiene onda porque no hay viento porque lo espantó y todos nos morimos de calor. Entonces ¿Está tan bueno el burlete?
Por último comparto la frase número 3: “La vida esta llena de cosas buenas y malas”. Esta frase me hace acordar a un compañero del trabajo, cuando le contaba algo me tiraba esa frase. El tema es que ya se que la vida esta llena de cosas buenas y malas. Pero, teniendo en cuenta que la vida es como un cajón y mis cajones son un desastre, por ende mi vida cajonera es mala porque todo lo que meto a presión protagoniza a desastres. Entonces ¿Mi vida esta llena de cosas malas? Y si tenemos en cuenta (según las frases de mi tía… uy, no tenía que decir quien decía las frases) que una de las cosas malas es el viento (porque recordemos que es molesto) entonces estoy llena de viento y al estar llena de viento ¿Dónde esta mi burlete?
Conclusión, necesito un burlete. click aquí